Tú decides...
"¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: "Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado cantos fúnebres, y no os habéis lamentado." Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Demonio tiene." Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores." Y la Sabiduría se ha hecho prestigiosa por sus obras" (Lc. 7, 31-35).
Cuántas veces el inconformismo, la ansiedad por lo que se espera y no llega, la falta de gratitud, el tener los ojos pegados sólo a los cosas temporales y terrenas, las preocupaciones y angustias, el trajín de los días y tantas otras situaciones, convierten la vida en una melodía triste y fúnebre.
Pero qué diferente suena la melodía de la vida cuando se pasa de la mano de Dios por encima de los obstáculos, cuando la felicidad se pone en vivir junto a Él cada momento sea de gozo o de dolor, cuando los ojos son capaces de ir más allá para descubrir que aún de lo que parece contradictorio Dios hace planes perfectos que educan la voluntad y el corazón, para ser cada vez más lo que Él espera de cada uno.
El mundo está cansado de melodías tediosas y desesperanzadoras. Si Cristo es el Tesoro de nuestro corazón, deben escucharse notas alegres en nuestro canto, melodías que contagien de paz y optimismo a nuestro paso, que levanten los ánimos abatidos, que roben sonrisas, que devuelvan el aliento.
Tú decides a qué ritmo danzar y hacer danzar con la melodía de tu vida.
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