viernes, 10 de enero de 2014

LA CONTEMPLACIÓN

Alguien definió muy hermosamente la contemplación diciendo que: “Contemplativos son aquellos que son como un cauce que es recorrido, inundado, por el río del amor de Dios”…

Cuando se habla de oración contemplativa, la gente cree por lo general que es algo reservado de los santos y que cualquiera de nosotros no tendría por qué pensar en la contemplación por ser algo tan grande. Pero es posible lograr llevar una vida contemplativa en lo cotidiano; aprendiendo a contemplar a Dios en lo cotidiano, en el diario vivir, en la simplicidad de la vida. Sólo haciendo un alto en el camino, tomando la vida con más calma y observando con los ojos del corazón lo que sucede dentro y alrededor de nosotros; siendo conscientes de la presencia amorosa de Dios a través de la contemplación de la creación y de las personas que están a nuestro alrededor, y así va naciendo este bello sentimiento de admiración y amor por Él. 

Y como lo expresaba Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo: “ese amor se va extendiendo a toda la naturaleza: a una flor, al agua, al aire, a la estrella…, a toda la Creación. La persona va recibiendo comunicación del amor de Dios”. “Aquella persona que está en oración, cuando dialoga con el Señor frente a un Sagrario o en la soledad de su habitación y demás, sale a un campo un día de paseo y continúa gozando con la manifestación del amor de Dios”.

En el Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI en el discurso final de la tercera sesión, dijo: “La acción más importante que puede poner el hombre es un acto de contemplación”… No hay acto mayor en la vida, decía el Papa, que el de la contemplación.

“Tenemos que ser puros y sencillos como los niños, capaces de admirar, sorprendernos, maravillarnos, encantarnos con los gestos divinos de amor y de cercanía de Dios para con nosotros”. Beato Juan Pablo II.



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