viernes, 17 de enero de 2014

Hoy es el día de África.


He aquí  homenaje con estos alegres niños y esta frase para reflexionar: "La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo." 

Nelson Mandela


Las tres rejas

El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa y le dice: 
- Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia ... 

- ¡Espera! -lo interrumpe el filósofo-. ¿Hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?. 

- Las tres rejas?, preguntó su discípulo. 

- Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de lo que quieres decirme es absolutamente cierto? 

- No. Lo oí comentar a unos vecinos. 

- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?. 

- No, en realidad no. Al contrario ... 

- Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? 

- A decir verdad, no. 

- Entonces ... -dijo el sabio sonriendo-, - si no es verdad, ni bueno ni necesario, entonces, sepultémoslo en el olvido. 


Recuerda, debe ser para siempre.


Un tropiezo

El Chaco ardía en el algodonal. Mediaba enero, y Ciriaco se había levantado muy temprano a fin de aprovechar el fresco de la mañana para pegar la última carpida al tabloncito de algodón que tenía en un claro del monte, como a siete cuadras de las casa. Comenzaban ya a preñarse los capullos tratando de reventar en una mano abierta que regalaba la blanca fibra.

Serían cerca de las once de la mañana. Estaba con la azada en la mano desde las cinco, y ahora el cansancio se desparramaba por su cuerpo lo mismo que el sudor que lo deshidrataba dejándole huellitas de sal al secarse. Tenía sed y esperaba llegar cuando antes a su rancho para refrescarse bajo el chorro de agua de la bomba y beber después despacio y a sorbos lentos. Conocía los peligros del agua fresca para el que la bebe con ansia y con el cuerpo recalentado por las faenas del campo.

Decidió acortar el camino. En lugar de hacerlo por la huella que bordeaba un rastrojo viejo lleno de malezas, lo cortó derecho por entre los yuyos altos y la gramilla espesa. Con la azada al hombro, y arrastrando a medias sus viejas alpargatas, trataba de avanzar por entre el malezal donde el año anterior había tenido la chacra. Iba distraído de lo que hacía y concentrado en lo que le esperaba. Ni tiempo tuvo de darse cuenta, cuando sus pies tropezaron en un gran bulto que estaba escondido entre el pastizal.

No hubo manera de evitar la costalada. Instintivamente arrojó a un lado la azada, para no lastimarse con ella, y dejó que el cuerpo cayera lo más flojo posible, para evitar quebraduras. Se dio un tremendo golpe que apenas si lograron mitigar las ramas del yuyo colorado que lo recibió, junto con algunas rosetas traicioneras. Desde adentro le nació la necesidad de desahogarse con una maldición. ¡Lo que le faltaba al día!

Pero se contuvo. Si había tropezado, con algo sería. ¿Y si aquello fuera una sandía? Se puso de pie, y recogiendo la azada, fue despejando el lugar donde terminaban las huellas de sus pisadas y comenzaba la de su cuerpo. Y efectivamente, allí entre la gramilla alta y los yuyos frondosos, estaba una hermosa sandía con la guía medio seca. Pesaba como veinte kilos. Seguramente alguna semilla de la cosecha anterior había germinado entre el rastrojo, y ahora le ofrecía su fruto de la única manera que tenía: poniéndoselo delante de sus pies.

A pesar del cansancio, del calor, y de su cuerpo dolorido por la caída, cargó con cariño la sandía sobre sus hombros y con cuidado completó la distancia que lo separaba de su rancho. Y mientras de antemano saboreaba la sorpresa que le daría a su patrona, se iba diciendo a sí mismo:

-¡No hay tropiezo que no tenga su parte aprovechable!

Anthony de Mello S.J. cuenta en la página 205 de su libro El Canto del Pájaro:

"Desde lo alto de un cocotero, un mono arrojó un coco sobre la cabeza de un sabio. El hombre lo recogió, bebió su dulce jugo, comió la pulpa y se hizo una taza con la cáscara.
-Gracias por criticarme".

Les añado un comentario mío. Yo no juzgo la intención del mono. Soy de otra raza. Pero admiro la actitud del sabio.


miércoles, 15 de enero de 2014

El libro que les recomiendo hoy trata acerca del Papa Francisco pero en una versión especial para niños. Espero que lo disfruten.


También los niños son abandonados, he aquí la historia de uno de ellos:


Las emociones violentas son frecuentes En nuestra sociedad se producen centenares de abando­nos de todo tipo, y si la pérdida no ocurre por la muerte de la persona amada, pocas personas serán conscientes de ella. El niño que se siente abandonado se vuelve vulnerable; puede volverse desconfiado, receloso de entablar relaciones; puede distanciarse de la persona a la que acusa de la separación y un sufrimiento pro­fundo por la falta de amor.

Rene era un niño así, y necesitó treinta años para curarse. Cuando sólo tenía cinco años su padre le dijo que subiera al coche, para ir a dar una vuelta juntos. Rene estaba muy ilusionado. Hacía muchos años que su padre bebía; su madre pasaba largos períodos en hospitales para enfermos mentales, y las risas y la feli­cidad escaseaban en su vida. Y ahora su padre lo llevaba a pasear... No se atrevió a preguntarle adonde iban, quizá sería al zoo, o al parque, o a ver un partido. No entendía por qué papá había venido a casa a media se­mana, aunque sabía que mamá volvía a estar muy en­ferma, porque había estado durmiendo todo el día y no se había levantado ni para hacerle un bocadillo.

Llegaron a un enorme edificio y allí aparcaron. En silencio, el padre le indicó que bajara. Había esta­do muy callado todo el viaje y no había sonreído ni una sola vez. Rene se preguntaba si estaría enfadado con él. Recordó que se había preparado solo el desa­yuno e incluso había recogido la mesa. Cuando sus padres discutían, nunca hacía ruido y se iba a su habi­tación para no molestar. Ese día no los había oído discutir, y por eso esperaba que sería un buen día.

Su padre lo cogió de la mano y lo llevó a una ex­traña sala, con un olor peculiar. Entró una monja que se puso a hablar con su padre, pero a él nadie le dijo nada. Luego su padre salió de la sala y al poco rato también salió la hermana. Rene se sentó a esperar, pero nadie acudía. Quizá su padre había ido al baño. Finalmente se levantó y miró por la ventana. Vio a su padre que se iba hacia el coche. Corrió hacia allá gri­tando: «¡Papá, papá, espérame!», pero la puerta del coche se cerró y el coche dobló la esquina y se perdió de vista.

Rene nunca volvió a ver a su madre, que regresó al hospital mental, donde dos años más tarde se suici­dó. A su padre tardó muchos años en verlo. Un día una extraña mujer fue a visitarlo, le dijo que se había casado con su padre y que pensaban sacarlo de allí para probar...

René trató entonces de agradar a su padre de to­das las maneras posibles. Pintó la nueva casa y traba­jaba febrilmente para que él le diera su aprobación. Pero su padre seguía tan callado como siempre. Ese silencio le recordaba la pesadilla del día en que se lo llevaron de su casa sin explicarle nada, sin siquiera un adiós ni un último abrazo de su madre.

Su padre nunca le dio las gracias ni le dijo que es­taba satisfecho de él, ni le explicó por qué lo había llevado a aquel orfanato sin avisar... René creció tra­tando de agradar, sin ser consciente de que, de adulto, esos miedos no lo abandonarían. Temía el alcoholis­mo, la enfermedad mental y el intimar con alguien. Su vida consistía en trabajar sin descanso para gustar a su padre. Nunca se permitió enfadarse, hablar en voz alta, ni expresar desagrado. Sólo se le alegraba la cara cuando veía a un padre o a una madre jugando con su hijo en un parque o empujándolo en el columpio del patio de un colegio. Pasaba su tiempo libre en esos sitios, disfrutando calladamente la risa de esos niños, sin ser consciente de por qué él no podía sentir amor ni reír.

De adulto se le presentó la oportunidad de exa­minar lo que había sido para él, el dolor, la angus­tia, el desespero y la incomprensión que le había pro­ducido el inesperado abandono del que había sido objeto en su tierna infancia. Sólo en cuestión de una semana, con ayuda de otras personas que compartían sus angustias en un lugar en el que se consideraba po­sitivo dar rienda suelta a las lágrimas y los miedos, surgió un hombre libre. Esa semana René se sintió incondicionalmente querido. Resolvió sus conflictos y empezó a comprender su desconfianza y su dificul­tad para abrirse.



Si de niño alguien (preferentemente su padre) le hubiese hablado y hubiese tratado de comprender sus juegos, sus dibujos, su aislamiento, sin duda ha­bría sido fácil evitarle el dolor y los conflictos que arrastró durante décadas. Por extraño que parezca, no son cosas de siglos pasados, sino que son hechos que siguen ocurriendo cotidianamente en nuestra sociedad.

Muchos, muchísimos adultos padecen por no ha­ber sanado sus heridas de la infancia. Los niños deben tener la posibilidad de expresar su dolor sin que los tilden de llorones o de gallinas, ni les digan eso tan ri­dículo de que los hombres no lloran. Si los niños, cualquiera que sea su sexo, no expresan sus emocio­nes naturales cuando son todavía niños, más tarde tendrán lástima de sí mismos y otros problemas psi-cosomáticos. El hecho de poder expresar y compartir la pena y el miedo que se sienten en la infancia, pre­viene posteriores angustias.




Triste pero real noticia...

Abandonados 60% de los ancianos 



La directora general del DIF estatal Zita Pazzi Maza, aseveró que seis de cada 10 veracruzanos de la tercera edad sufren abandono o aislamiento de su familia. “Se han perdido los valores, se tiende mucho a la desintegración familiar y los abuelos sufren abandono a consecuencia de eso”. 

En la capital del Estado se realizó la Tercera Gran Caminata Familiar de los Adultos Mayores donde participaron cuatro mil 600 personas de la tercera edad de diferentes municipios, derechohabientes del Instituto Mexicano del Seguro Social, miembros del Instituto de Pensiones del Estado y diversas Asociaciones Civiles. 

Entrevistada en el evento, la directora general del DIF estatal lamentó que un porcentaje considerable de adultos mayores no sean integrados a los hogares veracruzanos. 
Es necesario que “se les de el lugar y la dignidad que ellos merecen” reclamó la funcionaria estatal. 

FALTA DE CARIÑO 

Expresó que la principal queja que los adultos mayores presentan en el DIF es precisamente “el abandono y la falta de cariño en sus hogares”. 
El DIF ha detectado, dijo, que a determinada edad el abuelo es “desplazado” por los familiares. 

-¿A qué obedece este fenómeno? 
-Se han perdido los valores debido a la desintegración familiar, pero sobre eso estamos trabajando. 
Precisó que de 10 veracruzanos de la tercera edad, un promedio de seis son desplazados de sus familias, “es grave” la situación. 

Incluso, en caso de ser necesario, “los invitamos a que denuncien” el maltrato y asilamiento de que son víctimas expresó. 



La directora general del DIF estatal Zita Pazzi Maza recordó que 28 mil 77 adultos mayores tienen derecho a pensión alimenticia, “hasta que ellos cierren sus ojos”. 

Pero en lista de espera del beneficio hay un promedio de 60 mil personas de la tercera edad.